Cuando vemos a la Criatura en Frankenstein (2025), es fácil olvidar que debajo de esas cicatrices, de ese cuerpo reconstruido y de esa voz nacida entre el dolor y el aliento, hay un actor que decidió entregarse por completo. Pero lo verdaderamente sorprendente no es el maquillaje, ni la transformación física, ni los movimientos estudiados.
Lo sorprendente es que Jacob Elordi encontró “magia y paz” interpretando a un ser que vive en guerra consigo mismo.
¿Cómo puede un papel tan oscuro del mundo paranormal generar tranquilidad? ¿Por qué un personaje concebido en soledad y rechazo terminó iluminando al actor que lo interpreta?
La respuesta está en el proceso. En el silencio. En la introspección.
Y en esa vulnerabilidad que Elordi aceptó explorar sin miedo.
El año en el que Jacob Elordi dejó de ser Jacob Elordi
Durante el rodaje, Elordi reveló algo que pocos actores se atreven a confesar: pasó casi un año entero apartado del mundo. No como ejercicio de marketing, sino como necesidad para entender el alma de la Criatura.
En varias entrevistas contó que se mantuvo en silencio, con una rutina casi monástica. Se alejó del ruido, de las redes, del brillo del cine, para entrar en un espacio donde quedaban él, su cuerpo y un personaje que pedía ser escuchado desde adentro.
“Quizás hay una tranquilidad en ello… terminé casi un año completo manteniéndome apartado, fuera del mundo. Todo se volvió más claro, más pacífico. Puedes cortar lo superfluo y ver con más nitidez lo que realmente importa.”
Ese aislamiento emocional no lo llevó a la oscuridad, sino a un lugar inesperado: la paz. Porque interpretar a la Criatura, un ser rechazado por su apariencia, abandonado por su creador y temido por quienes no se detienen a conocerlo, lo obligó a mirar hacia adentro con brutal honestidad.
Encontrar paz en el dolor: la revelación de Elordi
La Criatura no es un monstruo perfecto ni un villano elegante. Es un ser roto, incompleto, que no entiende por qué el mundo le teme. Un ser que sólo quiere ser amado sin condiciones.
Y en ese dolor, Jacob Elordi encontró algo profundamente humano:
“Encontré paz en su dolor.”
Pocas frases resumen tan bien el corazón de la película.
Pocas veces un actor se funde tanto con el personaje que termina encontrando respuestas para sí mismo.
Quizás por eso, más que una interpretación, Frankenstein fue para Elordi una forma de reconciliarse con lo que somos cuando dejamos de fingir que no estamos rotos. Porque al adentrarse en las heridas del monstruo, terminó sanando las propias.
La escena clave: la amistad que revela lo invisible
Hay un momento en la película que funciona como columna vertebral emocional: el encuentro entre la Criatura y el anciano ciego.
Según Elordi, esta secuencia fue la que más lo marcó. No sólo por lo que sucede en pantalla, sino por lo que significa en el viaje interior de la Criatura.
El anciano es el único que lo “ve” más allá del cuerpo deformado.
No ve cicatrices, no ve costuras, no ve lo monstruoso.
Ve la esencia.
Ve la inocencia.
Ve la necesidad de afecto.
Ese vínculo funciona como una revelación para la Criatura… y también para Elordi.
El actor explicó que esa escena lo ayudó a comprender algo fundamental: que la mirada humana puede ser cruel, pero también puede ser profundamente transformadora cuando deja de basarse en lo superficial.
En una sociedad obsesionada con la estética y la perfección, esa secuencia nos recuerda que lo verdadero se encuentra cuando dejamos de mirar sólo con los ojos.
La voz que nace desde la herida
Pocas personas saben que Jacob Elordi tomó un camino extremo para dar vida a la voz del monstruo.
No quería un tono “grave” porque sí. No quería un gruñido cliché.
Quería que la voz sonara rota, dolorosa, y al mismo tiempo tierna, como si estuviera aprendiendo a hablar desde cero.
Para eso estudió:
canto de garganta tibetano,
técnicas de resonancia corporal,
respiración profunda para vibración torácica,
y ejercicios para “romper” ligeramente el tono sin lastimar las cuerdas vocales.
Del Toro pidió una voz que pareciera animal y humana al mismo tiempo, algo que no estuviera totalmente articulado, pero tampoco salvaje. Una voz que contara una historia sin pronunciarla.
En posproducción se mezclaron sus grabaciones con rugidos y aire forzado, pero la base sigue siendo Elordi:
el cuerpo vibrando, la respiración temblando, la garganta exigiendo ser escuchada.
El cuerpo también habla: la danza del monstruo
Otro detalle fascinante: Elordi entrenó con movimientos inspirados en la danza Butō, una disciplina japonesa que explora la deformidad desde la emoción.
El Butō es lento, tenso, expresivo. El cuerpo parece quebrarse incluso cuando está quieto.
Y esa forma de moverse encaja perfectamente con un ser que no pertenece ni al mundo humano ni al mundo muerto.
Gracias a esto, la Criatura se mueve de forma casi poética:
torpe pero delicada,
fuerte pero frágil,
monstruosa pero tierna.
Es un cuerpo que no sabe habitarse, y eso es exactamente lo que transmite Elordi: una lucha entre lo que es y lo que quisiera ser.
La transformación física: 10 horas para renacer
El maquillaje no fue un detalle menor.
Cada día, Elordi pasaba hasta 10 horas envuelto en prótesis:
costuras,
placas craneales,
piel reconstruida,
texturas desgarradas,
capas de látex sobre látex.
Pero lejos de ser una molestia, Elordi afirmó que este proceso lo ayudó a entrar en el personaje. Ver el rostro desaparecer poco a poco para dar lugar a una nueva identidad se convirtió en una forma de desprenderse del ego y entregarse a la historia.
Reencender el amor por el cine
Lo más poderoso de toda esta experiencia es que transformó su relación con su profesión.
“Recordaré esto por siempre. Reencendió por completo mi amor por las películas… ahora tengo una energía completamente diferente hacia hacer cine.”
Después de éxitos masivos y personajes icónicos, Elordi encontró en el monstruo algo que otros papeles no le dieron:
sentido.
No fama.
No exposición.
Sentido.
Jacob Elordi no interpretó a un monstruo. Interpretó un espejo.
Porque la Criatura no es un villano ni un héroe. Es un reflejo:
de la soledad,
del rechazo,
del deseo de pertenecer,
de la necesidad profunda de ser amado.
Y Elordi lo entendió tan bien que dejó que ese espejo lo tocara.
Lo transformó.
Lo hizo humano.
Por eso su actuación no se siente actuada.
Se siente vivida.
Conclusión: la belleza de lo roto
Jacob Elordi logró algo excepcional: convertir al monstruo más famoso de la literatura en un ser profundamente humano.
Su aislamiento, su trabajo vocal, su entrega corporal, su búsqueda emocional… todo esto construye una de las interpretaciones más honestas de los últimos años.
Porque en esta película, la monstruosidad no está en el cuerpo, sino en la mirada de quienes no ven más allá de él.
Y Elordi, al igual que la Criatura, encontró paz cuando dejó de luchar contra sus heridas y comenzó a escucharlas.





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